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Los cambistas
Durante el Imperio Romano, el dinero en circulación seguía un patrón dinero-mercancía cuyo valor subyacente era la cantidad de metal precioso (oro o plata). Tras la caída del Imperio, la circulación de moneda fuerte junto con la actividad comercial casi desapareció y no fue hasta el final de la Alta Edad Media cuando ambas se volverían a reactivar. Pero entonces la situación política era diferente.
Ya no había una autoridad única ligada a la acuñación. Cada feudo podía emitir su propia moneda, y de hecho lo hicieron. Con el tiempo, la situación se regularizó, pero cada reino tenía su propio sistema monetario. En este contexto, la profesión de cambista surgió de forma natural.
Si un mercader necesitaba adquirir moneda de otra plaza para realizar allí operaciones comerciales, debía cambiar su moneda local por la extranjera. Se dirigía a la mesa de un cambista para realizar un contrato de compraventa de moneda al que se le aplicaba un tipo de cambio favorable al cambista. El negocio cambiario era algo perfectamente aprobado por la Iglesia.
Cambio trayecticio y pagos al dictado
En el anterior post vimos cómo se utilizó el truco del cambio trayecticio para la concesión de préstamos encubiertos. Este tipo de negocios, aunque predominaban entre comerciantes, nacieron en el ámbito de las mesas de cambio.
Los cambistas se especializaron en otro tipo de negocio, los pagos al dictado. Más adelante los estudiaremos con mayor profundidad. De momento basta con saber que, con este método, los comerciantes podían aplazar el pago de sus negocios remitiendo esas órdenes a cambistas de otras ciudades. Ambos negocios fueron muy populares a partir del siglo XIII.
Es obvio que el cambista obtenía grandes beneficios en el largo plazo a causa del interés camuflado como cambio. Pero en el corto plazo, cuanto más dinero prestase, antes se quedaría sin fondos.
Los depósitos de dinero
Como los cambistas necesitaban una gran provisión de moneda local para realizar sus negocios, empezaron a aceptar depósitos de sus vecinos. A estos últimos les interesaba mantener a salvo sus ahorros (más que en casa, por lo menos) y por ello buscaban a cambistas de buena reputación y solvencia para confiarles su dinero en depósito.
En el Derecho romano, el depósito de dinero se consideraba un tipo especial de contrato llamado depósito irregular. El depósito ordinario implicaba la guardia y custodia de un bien por el que se podía cobrar un justiprecio (por ejemplo, un almacén de mercancías en un puerto). Pero el depósito irregular se hacía con una mercancía que era consumida por el depositario. Éste se obligaba a devolver otra de similar naturaleza al depositante cuando finalizase el plazo y tras pagar un justiprecio. Si pensamos que esa mercancía fungible era dinero, podremos entender por qué el depósito irregular se consideraba el padre del mutuum y, como vimos en este artículo sobre derecho cambiario medieval, estaba prohibido por la Iglesia.
Por este motivo, los cambistas debían aceptar los depósitos de forma gratuita. No obstante, el cambista realizaba trabajos en provecho del depositante como el pago y cobro de sumas en su nombre. Y por estos servicios sí que cobraba un salario o estipendio que estaba aprobado por la doctrina eclesiástica.
Para los mercaderes, los depósitos en las mesas de cambio resultaban especialmente útiles ya que, mediante los contratos de pago al dictado, podían realizar compras de mercancías a crédito.
Tal sistema de depósitos permitía en cualquier momento a los depositantes, retirar total o parcialmente las cantidades depositadas con sólo un requerimiento verbal o de algún representante legal suyo que compareciera ante el cambista depositario.
Pero no era habitual que todos los depositantes acudieran a la vez a retirar todos los fondos. Así que los cambistas avispados emitían más crédito (cambio trayecticio y órdenes de pago al dictado) que los depósitos que realmente tenían.
El problema se podía presentar cuando corría el rumor sobre la insolvencia de algún cambista. En ese momento, todos los depositantes corrían a retirar sus fondos y dejaban al cambista sin liquidez para atender las órdenes de pago contraídas. El resultado era la bancarrota del sujeto.
En resumen, durante el curso del siglo XIII y comienzos del siglo XIV, el crédito y los depósitos eran ya hechos corrientes, originados por movimientos comerciales y productivos. Y se materializaban en un instrumento proto-bancario llamado «cuenta corriente de correspondencia» o conto corrente di correspondenza (toma este nombre de las fuentes italianas, que son las primeras donde han aparecido abundantes evidencias documentales).
El nacimiento de la banca
Hemos visto que los cambistas captaban el ahorro de la población para, posteriormente, prestarlo en forma de crédito. Esta forma de proceder es el origen del negocio de la intermediación bancaria, pero no es algo que surgió de la noche al día.
Luis G. Chacón, autor del blog El más largo viaje, comenta en referencia a los documentos cambiarios medievales que a mediados del siglo XII aparecen los bancherius genoveses. Está documentado que estos cambistas realizaban pagos en nombre de sus clientes y contratos de pago al dictado.
Posteriormente, a lo largo de los siglos XIII y XIV, los cambistas de la época intervinieron en las empresas comerciales terrestres o marítimas aceptando depósitos a plazo y extendiendo el crédito a sus clientes. Incluso participaron directamente en ellas a través de contratos de sociedad o comanda. El uso de los contratos de pago al dictado se generalizó a la mayoría de operaciones de compraventa de bienes tal y como sostiene Manuel Vicente Febrer Romaguera en su artículo “Tablas de cambio privadas y operaciones bancarias en la Valencia medieval” publicado en el «Anuario de historia del derecho español»
M. Cassandro, en su artículo «Crédito, banca e instrumentos de pago en la Italia medieval» afirma que en esta época, junto con los ya mencionados préstamos, cambio simple de monedas, depósitos, libramientos y pagos, aparece también el descuento o aggio en italiano.
Del análisis de la contabilidad en los archivos históricos se desprende que, desde mediados hacia finales del siglo XIV, comienzan a desarrollarse los instrumentos típicos de la actividad bancaria. Así aparecen los precursores del descubierto en cuenta (la posibilidad de obtener anticipos más allá de los fondos depositados) y del giro (la transferencia de sumas de dinero de un cuentacorrentista a otro). De esta época, además, data el perfeccionamiento de las órdenes de ingreso que derivan en el instrumento hoy conocido como talón bancario.
Entre finales del siglo XIV y comienzos del XV los antiguos contratos de cambio trayecticio y pago al dictado evolucionan y se convierten en el importantísimo instrumento crediticio y financiero conocido como letra de cambio.
A la vista de los archivos históricos se desprende que estas primitivas letras de cambio se constituyeron en títulos de crédito con la posibilidad implícita de endoso, que se realizaba mediante una carta separada. Con el transcurrir del siglo XV, la carta se fue integrando en el documento de la letra de modo que el endoso pasó a ser explícito. Así, una sencilla orden de pago, al ser endosable, se convierte en el precursor del cheque o talón bancario.
El endoso es un mecanismo sumamente útil, puesto que convertía una orden de pago (expresada mediante una letra de cambio o un talón), en un título portador de un valor crediticio, libremente circulante y equivalente a dinero en efectivo. El resultado fue el esperado: el incremento efectivo de la masa monetaria integrada ahora por las monedas en circulación y por los efectos comerciales y bancarios endosables. De este modo, la velocidad de circulación de los medios de pago se disparó respecto de las épocas anteriores.
Con el perfeccionamiento de estos instrumentos, la actividad de los cambistas empieza a transformarse en la de los banqueros modernos. Así, en el año 1407, en la ciudad de Génova se creó la Banca de San Giorgio mediante la fusión de todas las sociedades financieras que prestaban al Estado. Con esta garantía de solvencia empezó a recibir depósitos de ahorradores acaudalados y los canalizó en forma de créditos a la Serenísima República de Génova y a los particulares.
[…] mantener el negocio funcionando, Cesare necesitaba captar depósitos de moneda local entre sus conciudadanos. Por otra parte a los mercaderes les venia bien depositar […]