Aunque el crédito no es, ni mucho menos, un invento medieval. Se aprovechará de una innovación llamada «letra de cambio» para dotarse de muchas de sus características actuales. Así, el capital adquirirá movilidad, creará mercados internacionales de dinero,producirá desequilibrios financieros entre regiones… Y algunas cosas más que nos acompañarán por la Edad Moderna, la Revolución Industrial y la burbuja «.com».
Índice del artículo
Decíamos en días pasados
El protagonista de esta historia, Cesare Montaldo, cambista genovés, había conseguido convencer a sus vecinos para que depositasen los ahorros en su mesa de cambio. Así, les podía cobrar un alquiler por el espacio en los cofres a la vez que realizaba cobros y pagos en su nombre.
Como todos los clientes no retiraban fondos a la vez, tenía una cantidad importante de dinero en depósito que permanecía ocioso. Esos fondos los empleaba para su propio negocio de cambio de moneda. Y todo ello se podía hacer gracias a los libros de contabilidad (de ahí el título de la serie).
Los clientes observaban sus saldos en cuenta corriente y estaban tranquilos. Cesare veía crecer su cuenta de resultados y también estaba tranquilo. Únicamente podía tener problemas si venían muchos pagos en metálico al mismo tiempo y el saldo en caja no era suficiente. Pero con la cantidad de depósitos que tenía en custodia tenía margen para descansar plácidamente.
Demasiado plácidamente, pensaba. Una lástima tener tanto dinero parado… Ahí sin hacer nada… Si tan sólo pudiera utilizar un poco: una cantidad pequeña que apenas se notase en los libros… Y así lo habíamos dejado cavilando en la apertura de nuevas lineas de negocio.
El crédito comercial y los mercaderes-banqueros
En este artículo, David Igual Luis, hace un estudio de los medios de pago que empleaban los mercaderes bajomedievales.
Podemos suponer que, según avanzaba la Edad Media, el incremento de la actividad comercial hizo más escasa (si fuera posible) la circulación de moneda. Esto implicaba que el pago en metálico no siempre era una opción viable para la realización de las operaciones comerciales.
En este contexto, todos los mercaderes, y especialmente aquellos que operaban en el escenario mediterráneo, estaban familiarizados con las diversas formas de crédito y trueque (o baratto en italiano).
Recordando el post sobre la compraventa vimos que existían tres formas de realizar transacciones: al contado, por adelantado y a crédito. La Iglesia admitía el cobro de interés con ellas si se pagaba mediante el trueque de mercancías (nunca con dinero). Luís G. Chacón nos habla de ello en su blog (absolutamente recomendable, por otra parte) cuando analiza los montes frumentarios medievales.
Pongamos un mercader de paños genovés que acudía a Valencia para adquirir lana castellana a cambio de sus productos manufacturados. Perfectamente podía intercambiar la lana por paños en cualquiera de las modalidades (al contado, por adelantado mediante la forma de un contrato de «futuros», o a crédito). Y el interés estaba camuflado en el «tipo de cambio» de la lana por los paños.
En el artículo de Manuel Vicente Febrer Romaguera «Tablas de cambio privadas y operaciones bancarias en la Valencia medieval» se comenta que en el siglo XIV, no existía una gran especialización en las funciones bancarias, por lo que los cambistas eran ante todo mercaderes. Y una de las mercancías con las que operaban era el dinero.
En los esquemas mentales medievales, las monedas eran una forma de dinero-mercancía cuyo valor subyacente lo aportaba el contenido de metal precioso que contenían. Y los cambistas no eran otra cosa sino mercaderes del dinero.
Desde este punto de vista, los cambios de moneda se pueden interpretar como un trueque de especies monetarias diferentes, donde el beneficio del mercader está en el tipo de cambio aplicado. Por otra parte, este negocio cuenta con el visto bueno de la Iglesia y de la sociedad, lo que no ocurre con el préstamo con interés.
Compraventa a crédito del dinero-mercancía
¿Cómo podían interpretar la compraventa a crédito los mercaderes del dinero? Aquí surge una cuestión interesante. En el primer post de la serie vimos una compraventa a crédito entre dos mercaderes, en cuya forma de pago intervino Cesare el cambista.
Agostino firma un contrato notarial por el que se compromete al abono de una cierta cantidad de dinero en un plazo determinado pagadero en la mesa de cambio de Cesare. Si este último tiene un dinero en caja que permanece ocioso, es absolutamente razonable que le proponga a Benedetto (el mercader que ha de cobrar la deuda) el adelanto del dinero a cambio de una pequeña indemnización. Esto es lo que se conoce como descuento o aggio en italiano.
En realidad, esto no es más que una compraventa a crédito. El cambista adelanta dinero en metálico al acreedor y, a cambio, se encarga de gestionar el cobro de la deuda al vencimiento de ésta. Lógicamente la cantidad adelantada es menor que el valor de la deuda. Esta operación también contaba con el beneplácito de los teólogos eclesiásticos.
No ocurría lo mismo si alguien solicitaba dinero al cambista con el compromiso de devolverlo más adelante junto con un interés pactado. Esto se consideraba usura y no estaba permitido entre personas de la misma religión.
Sin embargo, la combinación del deseo de ganar dinero de unos (los cambistas) y de la necesidad de crédito de otros (principalmente de los reyes y del papado) hicieron posible encontrar una solución para este problema.
Cambio trayecticio
Como vimos en el nacimiento del negocio del dinero, la solución pasaba por disfrazar el crédito con interés por un trueque de moneda. Lógicamente, era necesario remitir el cambio a una ciudad diferente para que esta ficción no se notase demasiado.
En el marco conceptual del cambista esto no era un crédito con interés. No señor. Era el trueque de una especie monetaria, entregada en una ciudad, por otra especie diferente devuelta en otra ciudad distante. Y como a todos convenía, pues nadie se esforzaba en encontrar el notable parecido con la usura.
En origen, este tipo de negocios se plasmaron en contratos públicos (formados ante notario) llamados instrumenta ex causa cambii. En ellos se recogían clásulas que dejaban constancia del trueque entre especies monetarias (differenta rei) y del lugar y plazo de la devolución (distantia loci).
Transferencia de capitales
Y ¿cómo se interpretaba la compraventa por adelantado? El cambista recibía dinero en moneda local de un mercader, y se comprometía a su reembolso en una ciudad diferente a través de un corresponsal. El mercader había conseguido una transferencia de capital, evitando los riesgos del transporte físico del dinero. Es el antecedente de los giros bancarios.
Conclusión
Por fin nuestro cambista encontró la idea de negocio perfecta: la intermediación bancaria. O, lo que es lo mismo, prestar con interés los depósitos de sus vecinos. De hecho, era una idea tan buena que comenzó a desplazar otras actividades menos lucrativas.
Como he comentado, desde el inicio del siglo XIV, ningún mercader se había especializado en la actividad bancaria. Por ello, los depósitos de los cambistas se empleaban también en negocios ordinarios como las participaciones en compañías mercantiles. Estos negocios, junto con los cambios de moneda, fueron paulatinamente quedando relegados por la actividad del préstamo con interés, mucho más lucrativa y menos arriesgada.
Esta pequeña ficción con la que he ilustrado la génesis de la banca no es del todo realista. El mecanismo de intermediación bancaria ya era conocido, al menos, desde la época romana. Desde luego, los cambistas medievales no inventaron el oficio de prestamista.
La novedad introducida por ellos estriba en el modo de sortear la prohibición eclesiástica del interés. Es decir, disfrazar los créditos como un cambio de moneda remitido a una plaza diferente.
Por otra parte, hubo una circunstancia muy relevante que les obligó a adoptar otras innovaciones. En la época romana la cantidad de metales preciosos que se extraían de las minas para la acuñación de moneda era suficiente para respaldar el volumen del comercio del Imperio Romano. Durante la Baja Edad Media, el número de transacciones de Europa con África y Asia se incrementó tanto que no había suficiente metal para todos. Ante la escasez de moneda sólo había una solución: recurrir a los títulos de crédito y a diversos instrumentos de pago relacionado con las monedas fiduciarias. Este es un aspecto que trataremos con mayor profundidad en otro momento.
Y, por último, nombraré la innovación, de carácter indudablemente bajomedieval, que sirve como elemento conductor de esta serie de entradas: la contabilidad por partida doble.
Gracias a esta nueva técnica, fue posible el desarrollo de esos nuevos instrumentos de pago necesarios para permitir el funcionamiento de la economía europea dentro de los límites que la realidad imponía. Las evidencias documentales encontradas sugieren que desde esta época se disponía de los instrumentos jurídicos y financieros precursores de las cuentas corrientes, los giros bancarios, los cheques y, cómo no, las letras de cambio. A ellas dedicaremos más entradas en el blog.
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