Esta necesidad de dinero en efectivo fue el motor que impulsó la evolución del negocio y que llevó a los cambistas a aceptar depósitos de moneda de sus conciudadanos. Pero esta solución creó nuevos problemas como veremos a continuación.
Índice del artículo
Depósitos y cuentas corrientes.
Una vez examinada la base del negocio del cambista (el cambio de moneda, por supuesto) pasaremos a hablar de los depósitos.
Retomando el relato de Cesare podemos darnos cuenta de que su modelo de negocio presenta un problema básico: el suministro de moneda. Él entrega moneda local a cambio de moneda foránea, y como tiene una provisión limitada de dinero genovés, al final se quedará sin monedas que cambiar.
Contablemente, su activo era el mismo. Únicamente había traspasado los fondos de su caja en libras genovesas al resto de cajas en otras divisas. Sin embargo, para mantener el negocio en marcha necesitaba más libras genovesas… Junto con la necesidad de fondos apareció otro problema: ¿cómo reciclar el exceso de divisa extranjera?
Cesare era una persona lógica y racional. Primero se ocuparía de lo más importante a corto plazo: el suministro de moneda. Después se plantearía otros objetivos.
Tras muchas meditaciones y dando vueltas en su humilde camastro, cayó en la cuenta de que poseía cajas de caudales para su propio uso. Se le ocurrió que podría alquilar espacio en ellas para que el resto de conciudadanos compartiesen la seguridad de sus cajas.
Éstos le entregarían sus ahorros en custodia hasta que le fuesen requeridos. A cambio, Cesare podía cobrar una pequeña cantidad en concepto de alquiler. Con esta idea en mente, se puso a buscar la fórmula jurídica adecuada.
La idea de negocio
Aquí habían algunos problemillas que podían tener su importancia. En el post sobre el nacimiento del negocio del dinero hablamos sobre los tipos de contratos reales del Derecho Romano.
Cesare no podía aceptar dinero como depósito puro ya que estaría obligado a restituir las mismas monedas literalmente hablando. Y esto era incompatible con su plan de utilizar los ahorros de sus conciudadanos para proseguir con el negocio del cambio. Afortunadamente, existía una variedad de depósito llamado irregular.
El depósito irregular consistía, como es lógico, en la entrega de una cosa en depósito. Pero el bien depositado era de naturaleza fungible, por lo que el compromiso posterior de reposición no se hacía con el mismo bien sino con uno de naturaleza similar ya que el original se había consumido. Adicionalmente se entregaba un plus adicional en concepto de indemnización al depositante.
Este tipo de depósito irregular del Derecho romano estaba pensado para el dinero. Pero no se podía utilizar en el mundo medieval porque tenía un escandaloso parecido con el préstamo por lo que sufría la consiguiente censura eclesiástica.
El depósito que inventaron los cambistas tenía una diferencia sutil. Aquí el indemnizado era el depositario por los gastos de mantener el dinero guardado. Con la ventaja de que ese dinero podía ser empleado por el cambista, que estaba obligado a devolver la misma cantidad, aunque en especies monetarias diferentes.
La nuda propiedad del dinero pertenecía al depositante, que en cualquier momento podía reclamarlo, pero las facultades de uso y de disposición de los frutos recaían en el cambista. Sobre esta base jurídica, los cambistas podían captar depósitos y emplear estos fondos en lo que considerasen oportuno. Tan sólo estaban obligados a restituir las cantidades, en la medida que los depositantes así lo solicitasen, con la ventaja añadida de poder cobrarles un «alquiler» por los servicios prestados.
Esta situación se mantendría hasta el siglo XVIII, época los bancos accederían a la plena propiedad de los depósitos. A partir de entonces (y esto nos incluye también a nosotros) los depositantes únicamente poseemos derechos de cobro. El banco mantiene una deuda por el importe de las cantidades que tengamos depositadas. En resumen: nuestro dinero ya no es nuestro, es suyo.
Creación de valor
Cabría ahora hacerse la pregunta, en terminología moderna, de cuál sería la propuesta de valor de este negocio. El cambista salía beneficiado, pero ¿Para qué demonios querría alguien depositar su dinero en una mesa de cambio? ¿Qué valor añadido obtenía de los depósitos?
Al inicio de la Alta Edad Media, el comercio se realizaba de forma pesonal. El comerciante compraba mercancía, pagaba, la transportaba, la vendía y cobraba en metálico. Es evidente que no le hacía falta un banco. Con el paso del tiempo, el mercader se volvió sedentario y realizaba los negocios a través de terceros: representantes, apoderados, transportistas, agentes, etc…
En ese contexto, un mercader encontraba de gran utilidad la posibilidad de realizar ingresos en sus cuentas sin tener que desplazarse él en persona al cambista. Y también podía enviar a sus acreedores a cobrar a la mesa de cambio directamente. Esta técnica se depuro con el paso del tiempo de forma que, a partir del siglo XIII, numerosas operaciones financieras se realizaban por medio libramientos de fondos escritos remitidos por correspondencia.
Así se justificaba el salario obtenido por el cambista a cambio del arrendamiento de servicios «bancarios», que eran la constitución de los depósitos, la gestión de los ingresos y retiradas de fondos, y los cobros y pagos en su nombre.
Ejemplos interesantísimos se pueden consultar en el artículo «Las actividades y operaciones de la banca barcelonesa trecentista de Pere Descaus y Andreu d’Olivella» de Rafael Conde y Delgado de Molina.
El aspecto contable
En el segundo artículo de la serie escribimos sobre la «linea de negocio» de los cambios de moneda y los movimientos contables asociados. Y en el primero representamos contablemente los depósitos de dinero en las mesas de cambio.
Ahora añadimos los asientos contables al libro Diario por la remuneración de depósitos. Supondremos que la comisión es la misma para los depósitos de Agostino y Benedetto.
Operación | Debe | Cuenta | A Cuenta | Haber |
---|---|---|---|---|
Comisión depósito Agostino | 15 | Depósito de Agostino | a Ingresos por prestación de servicios | 15 |
Comisión depósito Benedetto | 15 | Depósito de Benedetto | a Ingresos por prestación de servicios | 15 |
Si nuestro Cesare elaborase una cuenta de pérdidas y ganancias cmprobaría que sus ingresos procederían de los cambios de moneda y de las comisiones cobradas a los depositantes. Los primeros están limitados por la atracción que genere la ciudad sobre los comerciantes extranjeros.
También vería que una fluctuación del valor del oro o la plata podría echar por tierra los beneficios de un año entero. Afortunadamente, en la Edad Media, las variaciones no eran frecuentes (excepto en épocas de conflicto bélico puntual).
La decisión lógica para incrementar el beneficio era lanzarse a captar depósitos entre sus vecinos. De este modo se aseguraba el suministro de moneda a la vez que generaba ganancias.
En un hipotético balance, Cesare tendría como activos circulantes las cuentas en moneda extranjera y la caja en moneda local. En el pasivo circulante tendría los depósitos de los clientes entendidos como obligaciones de pago exigibles en cualquier momento. La diferencia entre el activo y el pasivo circulante sería el patrimonio personal de nuestro cambista.
Nuevos problemas con el modelo de negocio
Este modelo de negocio presentaba el problema de la liquidez y del reciclado de divisa. El activo líquido de caja se va transformando en otro menos líquido (la divisa extranjera) y eso permite obtener beneficios al cambista. Para poder mantener este flujo en movimiento capta depósitos en moneda local, lo que le permite continuar con el cambio a la vez que logra más ingresos. Los excesos de moneda extranjera puede reciclarlos, en parte, enviándolos a las cecas para ser acuñadas de nuevo.
Cuando parecía que todo estaba medio solucionado, nos topamos con otro problema grave. ¿Qué ocurre si los depositantes acuden a retirar su dinero a la vez? Aunque el pasivo circulante es menor que los activos, los depositantes quieren dinero en moneda local. Y puede que no dispongamos de cantidad suficiente… El resultado es un pánico bancario (en nuestro caso sería más bien un pánico cambiario -es una broma medieval-).
Pero Cesare está tranquilo. Desde la noche de los tiempos es bien conocido que, aunque los depósitos estén a la vista (exigibles inmediatamente), los fondos permanecen mucho tiempo inactivos.
No obstante, por si acaso, Cesare ofrece un pequeño incentivo a sus clientes. Cualquiera que desee cobrar una deuda en su mesa de cambio, en lugar de retirar el dinero en metálico, puede abrirse una cuenta y recibir una pequeña remuneración por ello.
De este modo, los cambistas medievales consiguieron un modelo de negocio, más o menos estable, que les permitió ir ascendiendo en la escala social.
Por fin nuestro protagonista se compró ropas dignas y cambió su camastro desvencijado por una casa de gruesos muros (ideal para custodiar los fondos depositados por sus vecinos). Hasta pudo contratar escribanos para redactar contratos y mozos para transportar las sacas de monedas.
Satisfecho, sopló las velas perfumadas del candelabro mientras se disponía a dormir en la cama preparada por los sirvientes. Sus últimos pensamientos, antes de abandonarse plácidamente en los brazos de Morfeo, fueron para los enormes cofres que contenían el dinero sus vecinos en el sótano de la casa… «¿En qué podría emplear esas moneditas si no van a venir a por ellas hasta dentro de mucho tiempo?»
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