
Rómulo y Remo, fundadores de Roma amamantados por la loba. Foto de Victor Iglesias en http://www.freeimages.com/photographer/vicbuster-51931/3
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La caída del Imperio Romano
La Edad Media es un periodo histórico que abarca desde la caída de Roma (año 476) hasta la caída de Constantinopla (año 1453). También suele emplearse como límite el descubrimiento de America en 1492. Estas fechas dan paso a la Edad Moderna que finalizará con la Revolución Francesa (toma de la bastilla en 1789).
El colapso del Imperio Romano se produjo por la incapacidad del poder centralizado en Roma del tomar el control efectivo en sus provincias y de protegerse de las incursiones de los pueblos bárbaros de más allá de sus fronteras.
El declive económico del Imperio impidió el mantenimiento de las legiones, que eran el sostén de todo el sistema romano. Por ello Roma encargó la defensa de sus provincias a jefes militares, locales o pertenecientes a tribus bárbaras, capaces de mantener un ejército propio. Estos caudillos lograban, por coerción o a cambio de protección, que los habitantes de las villas romanas trabajasen las tierras para proporcionarles sustento. Así, por elemplo, el pueblo visigodo entró en Hispania con la misión de proteger la provincia de las incursiones de otros pueblos germánicos: los Vándalos y los Alanos.
La organización política de estas tribus bárbaras de origen germánico consistía en jefaturas electivas, no hereditarias, basadas en el mérito militar. Además, su cultura era completamente ágrafa, basada en las tradiciones orales y, por tanto, muy permeables a la romanización. Así pues, la futura nobleza europea se fue conformando sobre este núcleo, miltar y romanizado, a semejanza del patriciado romano.
A efectos prácticos, se logró una cierta estabilización de Europa a cambio de una ultrafragmentación del poder político efectivo, que era detentado por una miríada de caudillos locales cuya importancia se basaba en el tamaño del ejército. Además, la potencia militar de éstos estaba en relación con la tierra que dominaban.
Con la caída de Roma en el siglo V desapareció el poder político centralizador, el Imperio, que mantenía unido el sistema. Es evidente que esta situación no podía durar mucho a causa de los conflictos y rivalidades entre nobles. Así que el otro poder universal de la época, la Iglesia Católica, se ocupó de cohesionar toda esta estructura proto-feudal.
La Iglesia, durante los concilios de Charroux y de Puy, legitima un nuevo orden social dirigido por los propios prelados y por la nueva nobleza militar. Así, mediante un sistema de juramentos controlado por el poder eclesiástico, la nobleza recibirá «el poder de Dios» a cambio del compromiso de procurar la paz entre ellos y proteger con la fuerza de las armas la sociedad que se está conformando.
La Alta Edad Media (siglos V al X)
Este nuevo modelo de organización social, que se comenzará a imponer en Europa a partir del siglo V, se legitimará a partir del mandato divino. Tal mandato será interpretado en exclusiva por el clero, ya que es la única clase alfabetizada y, por tanto, capaz de leer las Sagradas Escriuras procurando la salvación de las almas del resto de la sociedad. Lógicamente, tan importantes tareas les impedirá dedicarse a otras cosas de menor importancia como trabajar para procurarse el sustento.
Su posición monopolística de la cultura y el saber será defendida por las gentes de armas. La nobleza, de carácter militar, se encargará de proteger a la comunidad y mantener el orden. El tercer estamento, o pueblo llnao, estará conformado por aquellos que laboran las tierras y deben mantener a las otras dos clases con su esfuerzo y trabajo (a alguien le tenía que tocar ser el pagafantas del sistema, jeje). Este estamento no privilegiado estaba formadopor habitantes libres de las ciudades y pueblos (burgueses y villanos, respectivamente), por campesinos libres, colonos y siervos.
De esta forma se conformó un sistema social muy rígido y estable que perduró durante casi un milenio. Pero estable no significa pacífico. Los pueblos germánicos eran, ante todo, guerreros y este hecho impregnaba completamente su cultura y costumbres. Por ejemplo, existía la costumbre ancestral del recurso a la violencia para solventar tanto disputas como conflictos legales.
Otra tradición germánica era la costumbre de dividir las tierras entre los hijos. Los reyes germanos carecían de un amplio sentido de la res pública, concebían el reino como una propiedad privada personal de grandes dimensiones. Por supuesto, los nobles hacían lo mismo con sus tierras y heredades.
Esto dio lugar divisiones territoriales, segregaciones y redistribuciones, reunificaciones y nuevas particiones, en un proceso que originaba asesinatos y conflictos armados entre las distintas facciones. La consecuencia natural fue la progresiva fragmentación y localización de la sociedad en pequeños núcleos urbanos.
En los lugares donde la dominación romana duró más tiempo (Italia, Hispania, Provenza), estos núcleos los constituían las antiguas villas romanas. Pensemos que el patriciado local, descendiente de los generales y cónsules al mando de las legiones romanas, habían conservado sufiente fuerza militar para retener el territorio. Hasta la introducción generalizada del estribo en Europa (entre los siglos VII y VIII) no hubo caballería pesada en Europa capaz de resistir a las disciplinadas legiones. De hecho, según cuenta el propio Julio César, los primitivos germanos habían considerado afeminadas las sillas de montar.
La villa romana original era una morada rural cuyas edificaciones formaban el centro de una propiedad agrícola. Con el tiempo, las pequeñas haciendas familiares se transformaron en grandes propiedades trabajadas por esclavos (y/o colonos en la época final del Imperio). También era costumbre que las tierras fueran cultivadas por arrendatarios y supervisadas por un administrador en nombre del propietario.
A partir del siglo IV las villas comienzan a transformarse en lugares de culto. Esto explica la forma que tienen los monasterios románicos ya que la parte residencial de las villas, el domus, se construía en torno a un jardín. También explica el origen del término villano como habitante de una villa.
En los lugares donde los romanos se asentaron menos tiempo o con menor intensidad, los territorios norteños, la reducción de la población en las ciudades llegó a hacer desaparecer los pocos núcleos importantes que había. En ellos, el feudalismo de raíz germánica se implanta con más fuerza.
Allí, los núcleos urbanos donde habitaba la población se construirán alrededor del castillo. Éste será la representación del poder del noble local, y se constituirá en el elemento de protección de las las poblaciones frente a las depredaciones y los bandidos.
A la ya de por sí belicosa situación, se añadió la guinda del pastel. Durante los siglos IX y X, Europa occidental se vio sacudida por los ataques de pueblos normandos, sarracenos, húngaros (magiares) y eslavos.
Las nuevas invasiones eran tanto expediciones de saqueo como invasiones en toda regla que cambiaron el mapa político europeo. La consecuencia de tanta inestabilidad, desamparo e inseguridad fue la consolidación de los poderes locales.
La sociedad saliente de la Alta Edad Media estaba fragmentada alrededor de pequeños núcleos urbanos, tanto costeros como en el interior, bajo la protección de un señor noble encargado de la defensa del clero, de los burgueses, villanos y campesinos en general. Estos núcleos estaban relativamente aislados entre sí, ya que el comercio y la comunicación entre ellos eran sumamente inseguros.
El Sacro Imperio Romano Germánico
Como ya hemos visto, la organización política de las tribus germánicas que invadieron Europa consistía en jefaturas de carácter electivo. A pesar de ello, estos jefes recibían el título de reyes. Así, por ejemplo el rey de los pueblos germánicos era elegido por los reyes de las cinco tribus invasoras más importantes: francos, sajones, bávaros, suabos y turingios.
Estos reyes no disponen de poder real y efectivo. En realidad no gobiernan directamente, salvo en sus posesiones territoriales personales. Su autoridad posee carácter religioso puesto que su función consiste en intermediar entre el mundo divino y el humano. Así pues, el poder del rey emana de Dios pero se materializa e implementa a través de pactos y juramentos de vasallaje con los grandes líderes de las tribus. Y éstos, a su vez, pueden realizan pactos de la misma naturaleza con otros nobles de menor rango para delegar en ellos parte de su autoridad.
De este modo se organiza una jerarquía piramidal dentro del estamento nobiliario con el rey situado, formalmente, en la cúspide. Pero en realidad, el poder de verdad es ejercido por los grandes señores, puesto que son ellos los que quitan y ponen reyes. De este modo se consigue que el poder del Estado, aunque nominalmente pertenezca al rey, en la práctica, se ejerza de forma fragmentada en el ámbito local por la pequeña nobleza. Huelga comentar que este sistema no favorecerá precisamente la paz, ya que el carácter electivo de estos caudillajes de la nobleza son el vehículo de muchas ambiciones personales. El sistema así creado será debil frente a las amenazas internas y externas.
Allá por el siglo VIII nació Carlomagno y se coronó rey de los francos. Su personalidad y brillantes dotes, tanto militares como diplomáticas, le permitió expandir los reinos francos por gran parte de Europa occidental y central. Sometió a sajones y lombardos y, también, contuvo la amenaza musulmana en la península ibérica.
Carlomagno se convirtió en el defensor del papa frente a la rebelión de los habitantes de Roma. En pago a este servicio el papa León III lo coronó como Imperator Romanum gubernans Imperium (emperador gobernante del Imperio romano) en Roma en el año 800 dC.
El prestigio de Carlomagno fue tal que intentó lo imposible. Emprendió reformas administrativas, económicas y culturales encaminadas a cohesionar el Imperio atrayendo a la Iglesia y la nobleza a un proyecto común. Ejerció el derecho a reinar y comandar. Gozaba de la jurisprudencia suprema en materia judicial, legislaba, lideraba el ejército, y tenía el deber de defender a la Iglesia y a los desfavorecidos. Él fue el responsable de transformar las jefaturas electivas en hereditarias, de forma que los títulos y las tierras se dividiesen entre los herederos.
Pero el contexto económico favorecía las tendencias centrífugas de los territorios. Se vivía en una sociedad rural cuya economía era la agricultura de subsistencia, la población de las ciudades había disminuido y estaba reducida a su mínima expresión. La inexistencia de excedentes agrícolas, junto con la escasez de productos artesanos y la inseguridad de los viajes de larga distancia hizo que el comercio prácticamente hubiera desaparecido. Se trataba de una economía eminentemente local basada en los recursos del propio terreno.
Por ello, a pesar de sus esfuerzos y su empeño, Carlomagno no logró dotar a su Imperio de una organización política que pudiera subsistir por sí misma ya que estaba fundamentada únicamente en la fidelidad de los nobles al Emperador.
El ejército franco estaba formado por hombres libres que se reclutaban mediante levas, y cada guerrero debia costearse su propio material. En la práctica, y debido a lo caro que resultaba el mantenimiento de un caballero, sólo los grandes propietarios de tierra podían permitírselo. El resto de hombres libres no tenían otra alternativa que encomendarse a uno de estos señores como vasallos.
Así, entre el Emperador y los hombres libres cada vez cobró más importancia un grupo intermediario de nobles a quienes sus vasallos debían responder. La dependencia de los vasallos a los nobles y las dificultades de la comunicación entre territorios determinó la pérdida del poder efectivo del Emperador, que se transfirio a los grandes señores feudales.
El fracaso del proyecto político centralizador de Carlomagno llevó a su muerte en el año 814 a la formación de un sistema político, económico y social que los historiadores han convenido en llamar feudalismo carolingio.
No sería hasta el siglo X cuando, sobre la base del Imperio carolingio, se forme el Sacro Imperio Romano Germánico con la coronación de Otón I en el año 962. No obstante, el emperador nunca tuvo el control directo sobre los Estados que oficialmente regentaba. Para ello dependía del poder de los principales nobles laicos y religiosos. Tanto es así que el título de Emperador del Sacro Imperio siempre mantuvo el carácter electivo.
Referencias:
- El feudalismo.
- La Alta Edad Media.
- El Sacro Imperio Romano Germánico.
- La villa romana.
- El pueblo Franco.
- Carlomagno.
- Otón I.
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