Justamente, la separación entre la economía real y la financiera es la que motivará los cambios en la forma jurídica de los instrumentos de pago.
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Instrumentos de crédito comercial
Veamos un caso muy común en la época. Supongamos que dos mercaderes realizan una compraventa a crédito en una ciudad A y documentan la operación en un contrato notarial. El tomador sería el que entrega los bienes y se coloca en posición acreedora. El librador sería el que recibe los bienes y se coloca en posición deudora.
Para extinguir esa obligación (constituida en escritura pública, y este detalle es importante) redacta un instrumento de pago. Éste consiste en una carta dirigida a un cambista de la ciudad B con el que el deudor tiene cuenta corriente abierta. En la carta se documenta el reconocimiento de deuda del librador y, para saldarla, ordena al cambista que entregue los fondos en su nombre. En este caso el cambista será el librado y el beneficiario será el mercader acreedor o su representante. La entrega de fondos se hace en divisa diferente para esconder el interés de la operación.
Esta operación, tan frecuente en el ámbito comercial, se documentaba con el contrato público y con la carta que ordenaba el pago. Esta carta denominada en italiano como Lettera di pagamento se entregaba al tomador. Opcionalmente, el librador escribía otra misiva dirigida al librado para informarle de la operación. Este es el antecedente de las letras de cambio.
Instrumentos de crédito financiero
Otro ejemplo, también muy común, eran los préstamos con interés disfrazados como cambio de moneda. Estos contratos se conocían como instrumenta ex causa cambii.
Estos instrumenta eran una escritura pública por la que se documentaba una deuda. Pero en este caso era un cambista de la ciudad A el que entregaba una cierta cantidad de dinero a un mercader. Por tanto, el cambista era el tomador y se situaba en posición acreedora. El librador era el mercader, que con los fondos recibidos adquiría mercancías en la ciudad A, las transportaba a la B y las vendía. El mercader se situaba en posición deudora.
El mercader deudor, se comprometía a devolver los fondos en moneda de la ciudad B. Por tanto él era a la vez librador en la ciudad A y librado en la ciudad B, ya que era el encargado de satisfacer el pago. El cambista, o su representante en la ciudad B, era el beneficiario de la operación.
Vinculación con la economía real
Estos instrumentos podían ser bastante complejos e implicar a otros actores. Por ejemplo, podían emplearse como medios de pago mediante un primitivo mecanismo de endoso, que debía quedar documentado. También podían redactarse con la cláusula «al portador». Las obligaciones de pago, además, podían descontarse en las mesas de cambio.
Sin embargo, todos ellos estaban ligados a un negocio principal sin el cual no tenían sentido. Así, en caso de controversia judicial debían demostrarse fehacientemente todas las relaciones del negocio: la entrega inicial y el pago posterior, los sucesivos endosos, los descuentos, etc… Es decir, si el negocio principal quedaba invalidado las circunstancias posteriores también.
Por tanto, aunque todos constituían transacciones de dinero que podían involucrar a varias partes, estaban ligados a negocios reales. Éstos últimos que eran los que aportaban el valor subyacente.
Mercancías vs capitales
Dado que los comerciantes tenían cuentas abiertas en los cambistas de sus ciudades, todas las transacciones comerciales llevaban aparejadas salidas de capital de las mesas de cambio en dirección a otras ciudades. O sea, que si un mercader tomaba dinero a crédito en una ciudad A y lo devolvía en una ciudad B, se producía una transferencia de dinero en metálico de A a B.
Imaginemos una rica ciudad productora de tejidos de seda como Génova. Los comerciantes genoveses compraban paños a crédito y después los exportaban hacia otras ciudades mediterráneas. Para el comerciante era un negocio muy lucrativo, pero veamos que ocurría con el cambista que financiaba la operación.
Cuando concedía el crédito, tenía una salida de dinero en metálico de la caja. Tiempo después ingresaba este dinero más su correspondiente interés en otra cuenta abierta con un corresponsal suyo en otra ciudad. Contablemente, había incrementado su patrimonio puesto que disponía del capital prestado más el interés. Sin embargo tenía un problema de liquidez en Génova. Paradójicamente, cuanto más rico era (más crédito concedía), más problemas de liquidez tenía.
Este desequilibrio resulta bastante chocante. En la antigüedad, cuando las operaciones se realizaban en metálico, se producía una afluencia neta de metal precioso a las regiones exportadoras desde las importadoras. El capital se acumulaba donde residía el oro. Pero, gracias a la contabilidad y al crédito, esto ya no era necesariamente cierto.
Desequilibrios financieros
En la economía real se producían transacciones que derivaban en un flujo de mercancías de una ciudad a otra. Si los intercambios se realizasen al contado, se originaría inmediatamente un flujo inverso de metal precioso. Por tanto diríamos que la economía real está acoplada a la financiera de forma que el oro fluía en sentido contrario a la corriente de bienes y servicios.
Pero si las transacciones se basan en el crédito, y deben remitirse a una plaza con moneda diferente para sortear las prohibiciones eclesiásticas, el flujo inverso de oro no se produce. Los bienes fluyen, pero el oro no.
Los cambistas medievales eran plenamente conscientes de esta situación. Michele Cassandro en su artículo “Crédito, banca e instrumentos de pago en la Italia medieval” cita fuentes documentales en las que se describe la abundancia (larghezza) o la escasez (strettezza) de dinero líquido existente en una determinada localidad con un intenso movimiento comercial y financiero.
Este es el motivo por el que empieza a crearse una tensión entre la economía real (flujo de bienes y servicios) y la financiera (el dinero no puede fluir con la misma libertad). Es justo lo contrario que sucede hoy en día.
Consecuencias de las tensiones financieras
Desde el punto de vista de los cambistas, estas tensiones eran muy peligrosas. El incremento de la actividad comercial implicaba la concesión de muchos préstamos, que reducían la liquidez en las mesas de cambio de la ciudad. Así se producía la escasez de moneda en la plaza. Cualquier pago imprevisto de mediana importancia podía llevar a la bancarrota a todos los cambistas.
En mi opinión, es la tensión creada por la abundancia simultánea de capital junto con la escasez de dinero líquido, la que provoca que la economía financiera se independice de la real. Y los medios técnicos, jurídicos y contables por los que se consiguió tal desacoplamiento entre ambas economías, los veremos en la próxima entrada.
[…] medievales la necesidad consistía en conseguir dinero a crédito y esto, como vimos en la anterior entrada, causaba un problema: los prestamistas podían tener tensiones de liquidez en […]