¿De qué forma resolvieron los profesionales del dinero este peligroso contratiempo? Pues haciendo evolucionar los instrumentos jurídicos y contables que tenían a su disposición.
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La metáfora del barco
Vamos a visualizar la economía de finales de la Edad Media y principios de la Moderna como si de un barco se tratase. Esta imagen está bien traída ya que sin el comercio marítimo no hubiese sido posible la evolución del sistema feudal.
Supongamos que una ciudad produce determinados productos que tienen mercado en otras más alejadas. Los mercaderes toman dinero prestado de los cambistas locales, adquieren las mercancías y las transportan a ciudades lejanas. Allí las venden, devuelven el préstamo y obtienen beneficio. Recordemos que ese crédito se materializa mediante un cambio de moneda remitido a una plaza lejana.
En nuestra metáfora, el cambista vería sus monedas de oro transformarse en mercancías que se alejarían en barco siguiendo los flujos comerciales entre las regiones exportadoras e importadoras. A su llegada a puerto, las mercancías se transforman en monedas otra vez… ¡Pero las muy malditas no vuelven solas! ¡Se quedan allí lejos!
Y así, el sueño del prestamista se transforma en pesadilla. Es necesario encontrar algún mecanismo de retorno para ese dinero.
Método del fraude de ley
El prestamista concede un crédito en la ciudad A y desea que le devuelvan el dinero en ella. Pero claro, si cobra un interés, se considera préstamo con usura y tendría que dar muchas explicaciones al Santo Oficio. Así que, preso del frenesí emprendedor, se pone a pensar en formas para conceder préstamos sorteando las prohibiciones eclesiásticas.
El método obvio y evidente de hacerlo es mediante un fraude de ley. En los contratos de cambios se pactan unas condiciones de imposible cumplimiento y unas indemnizaciones en las que se esconde el interés.
Por ejemplo, se puede realizar un negocio cuyo instrumento de pago recoge un domicilio inexistente o un librador desconocido en la plaza de destino. Así, se inicia el mecanismo de protesto por el que el instrumento vuelve a la ciudad de origen. De este modo, el prestamista recupera el desembolso inicial más las compensaciones pactadas. Este tipo de prácticas se comentan en el artículo de Ignacio de la Torre «Evolución del derecho cambiario bajomedieval. Aportación templaria«.
Sin duda fue una costumbre muy extendida que, además, explicaría la enorme cantidad de protestos recogidos en los archivos históricos a lo largo de los siglos XIV y XV.
Habían, sin embargo, ciertos problemas (además de la violación de los principios morales). El mercader tomaba el dinero, lo transformaba en mercancías, las transportaba lejos y, tras negociarlas las convertía en beneficios. Corría de su cuenta el transporte del dinero a la ciudad de origen para saldar la deuda con el prestamista.
Y con esto volvíamos al principio: el transporte físico de dinero era muy problemático. Los prestamistas debían encontrar otra solución.
Método del viaje de retorno
Si el método para transferir dinero consistía en la compra de mercancías para su posterior transporte y venta con beneficio, se podría hacer el camino inverso. El mercader, con los beneficios obtenidos en el viaje de A a B, debía adquirir mercancías de la ciudad de destino, transportarlas a la ciudad A, venderlas y saldar sus deudas.
Un buen ejemplo era el comercio entre Génova y Valencia. Un mercader genovés compraba tejidos de seda a crédito en su ciudad natal, los transportaba a Valencia y los vendía. Con el beneficio adquiría seda cruda en la capital del Turia y hacía el camino inverso hacia Génova.
Pero claro, nadie asegura que la venta de materia prima permita recuperar el préstamo recuperado. Depende de la cotización de la misma. Si es muy baja, el mercader no podrá recuperar el importe del préstamo inicial, con lo que le interesará más transportar el dinero afrontando el riesgo que eso conlleva. Y así volvemos otra vez al principio… El dinero líquido sigue sin volver a casa.
La economía real tiene unas leyes inflexibles. Las mercancías siguen flujos que parten de las ciudades exportadoras a las importadoras. Puede ocurrir que una ciudad tenga una balanza exportadora favorable con otra. Es decir, que el valor total de las mercancías que exporte será mayor que el de las mercancías que importe. Por tanto, será imposible que todos los mercaderes puedan realizar el viaje inverso. Otro método fallido para los prestamistas.
Ménage à trois
Pero no todo está perdido. Queda todavía una esperanza. No había entonces ninguna ciudad que exportase todo y no importase nada. Una ciudad podía tener una balanza positiva con otra, pero negativa con una tercera.
Podía establecerse un triángulo en el que la ciudad A mantuviese un balance neto exportador con B, que a su vez mantuviese otro equivalente con C, y ésta con A. Es decir que se formaba un circuito comercial entre ellas en el que había un flujo neto de mercancías que iba de A a B, de B a C y de C a A.
Era sobre estas triangulaciones de ciudades, donde podían establecerse rutas de mercancías, por los que el crédito y el dinero amonedado habría de circular.
El artículo ya mencionado de David Igual «Letras de cambio de Cagliari a Valencia (1481-1499)» hace referencia a Valencia, Barcelona, Mallorca, Palermo, Sevilla, Nápoles, Cagliari, Venecia, Génova y Roma como importantes nodos de estas triangulaciones.
Analicemos la solución.
Siguiendo el flujo de mercancías, en A se concede en préstamo pagadero en B. Allí se concede otro pagadero en C donde, finalmente, se concede otro pagadero en A. De este modo se cierra el circuito y el prestamista puede ingresar dinero en caja.
Desde el punto de vista del prestamista, esta solución es satisfactoria pero no es eficiente. El cambista concede crédito, lo que presiona su caja. Y la solución viene, al cabo de algunos meses, en forma de otro crédito pagadero en su mesa de cambio. Si pudiera acortar los plazos saltándose el paso intermedio de la ciudad B…
El cambista lo único que necesitaría realmente es disponer de una deuda pagadera en su mesa de cambio. Y si los instrumentos de pago pudiesen ser comprados y vendidos la cosa sería mucho más fácil, ya que se podría independizar el flujo de dinero del flujo de mercancías. Pero para que esto fuese posible los instrumentos de pago debían evolucionar.
Instrumentos de pago
Recordemos que los instrumentos de pago medievales nacen ligados a la economía real. Primero se crea un documento de reconocimiento de deuda (por un préstamo o una compraventa) y después se asocia a un instrumento de pago (una lettera di pagamento por ejemplo).
Existía absoluta libertad para designar a los intervinientes (libradores, tomadores, librados, beneficiarios y endosatarios) lo que daba lugar a la gran variedad de instrumentos de pago hallados en las fuentes documentales. Así se tienen a los antecedentes de las letras de cambio y de los cheques.
El problema era que una vez firmados los documentos, si se deseaba realizar una modificación posterior como la compraventa de la deuda o un endoso adicional,los intervinientes debían firmar de nuevo los documentos aceptando explícitamente los cambios en las circunstancias pactadas.
Esto se debía a que los elementos financieros estaban atados a los negocios jurídicos subyacentes. De ahí que la economía financiera se encontrase acoplada a la real.
Pero la necesidad de realizar las compraventas de los instrumentos de pago era prioritaria. Y esta fue el motor que impulsó la evolución de los instrumentos de pago que, a la postre, traerían el nacimiento de la economía financiera.
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