
Putting-out system en el hilado de la lana. Hacia la Revolución Industrial
En el segundo artículo escribí sobre qué era lo que se se comerciaba. Básicamente productos de alto valor (artículos de lujo procedentes de tierras lejanas y, lo que más nos interesa aquí, bienes elaborados de forma artesanal).
En este otro artículo cité dos catalizadores que, en mi opinión, pondrían en marcha el motor de la evolución en Europa. Si Edad Media supuso una economía aislada y estacionaria, la Edad Moderna interconectó los territorios sobre la base del comercio. Este proceso se aceleró hasta lo indecible con la inflación y la guerra.
Todos estos acontecimientos desembocarán en la necesidad del cambio en el sistema productivo. En la entrada de hoy contaré cómo evolucionó éste a lo largo del Antiguo Régimen y de que forma preparó el camino a la Revolución Industrial (la primera, claro está).
Índice del artículo
El mercantilismo
El comercio y los mercaderes (las compañías comerciales, más bien) caracterizaron las teorías económicas de la época. En puridad, antes de la Edad Moderna no se hablaba de economía sino de crematística. Pero hoy no es día para hablar de esto. Lo que me interesa es que el comercio toma un papel muy relevante en las políticas públicas y privadas.
Para comerciar ¿qué se necesita? Más y mejores barcos, materias primas y productos elaborados. O sea, que apareció un nuevo elemento en este juego: la necesidad de innovar. En mi opinión, la búsqueda del conocimiento es algo consustancial al ser humano. La novedad que se introduce en la Edad Moderna es la aplicación de los conocimientos recién adquiridos a la mejora del tecnología que permitiría, en última instancia, comerciar mejor.
Ya se que esta es una afirmación polémica. Pero si echáis un vistazo a la obra de Galileo (el considerado como primer científico) vemos que muchas de sus obras no son nada teóricas. Incluso alguna es directamente aplicable al comercio: en particular “La bilancetta”. Esta obra es un pequeño tratado para determinar densidades de cuerpos mediante una balanza hidrostática; técnica que, por cierto, viene de maravilla para los cambios de monedas.

Retrato de Galileo realizado por Peter Paul Rubens [Public domain], via Wikimedia Commons
Precisamente aquí reside la principal necesidad de los mercaderes de la época: el incremento de la cantidad de bienes con los que comerciar. Es lógico que se preocupasen de cambiar las técnicas o métodos de fabricación de los productos manufacturados. Y esto me permite retomar el tema de la serie: analizar el cambio en el sistema productivo.
Sectores manufactureros al final de la Edad Media
No es correcto emplear el término “industrial” en la Edad Media. Resulta anacrónico. No obstante, sí que reviste cierto interés el examinar qué productos se elaboraban en esta época de transición.
Como vimos, había una artesanía de baja especialización en el ámbito rural que se orientaba a la satisfacción de las necesidades más básicas de la población, como vestido, calzado y utillería doméstica. Por otra parte, también existía una artesanía de alta especialización y ámbito urbano destinada a artículos de lujo para las clases pudientes.
En ambos casos, pero por motivos diferentes, no se aplicaron procesos de innovación productiva en estos ámbitos. Los bienes de baja especialización no tenían suficiente valor añadido como para que fuera interesante su comercialización. Y, en el otro caso, las rígidas normas de los gremios urbanos dificultaba la introducción de cualquier tipo de cambio tanto tecnológico como organizativo.
Manufacturas reales y Nobiles Officinae
Junto con estos sectores, llamémoslos artesanales, crecieron unas manufacturas de carácter más industrial en las que los poderes públicos tuvieron un papel dominante por su carácter estratégico. Me refiero a la construcción de barcos, las manufacturas militares y la minería principalmente.
Este tipo de manufacturas presentan unas características diferenciadoras respecto de la producción artesanal. En primer lugar, el propietario de los medios de producción no es el maestro artesano, sino el Estado. Los requerimientos de capital para levantar las instalaciones son muy elevados, y en ellas se concentran gran número de trabajadores asalariados. Por ello, los costes fijos de estas manufacturas son grandes. La organización de la producción corresponde también al Estado, aunque el destino de la misma puede ser el sector privado.
El mejor ejemplo lo tenemos en la construcción de barcos con el ya mencionado Arsenal de Venecia. En esta categoría también entrarían las explotaciones mineras de hierro o cobre, las fundiciones de bronce para la fabricación de cañones, etc… Por la importancia de este sector militar, es razonable que el Estado produjese en régimen monopolístico para sí mismo como único cliente.

Cañones del s. XVIII abandonados en el Arsenal de Venecia. Foto tomada por G. Dall’Orto [CC BY-SA 2.5 it (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.5/it/deed.en)], via Wikimedia Commons
Aunque he nombrado al Estado, debemos pensar en términos históricos. En la Florencia del Renacimiento, la familia Médicis era el Estado. Por ello, los talleres textiles propiedad de éstos se pueden considerar perfectamente un monopolio estatal.
Hay otros ejemplos que, hoy en día, nos llaman la atención. Por ejemplo, en España, tenemos las Reales Manufacturas. Una muy curiosa es la Real Fábrica de Naipes.
Este tipo de instalaciones cuentan con antecedentes medievales como las Nobiles Officinae del Reino de Sicilia. Se trata de instalaciones patrocinadas/financiadas/protegidas por los gobernantes donde se producen artículos de lujo para el consumo (no necesariamente de la nobleza).
A pesar de ello, normalmente no eran industrias viables. Según se cuenta en la página de la Fundación Museo Naval, a pesar de funcionar como un monopolio estatal, la mencionada manufactura para la fabricación de naipes no tuvo el éxito esperado.
En general, se trataba de instalaciones que requerían de una gran inversión inicial y caras de mantener. Cualquier problema logístico (una guerra en países vecinos por ejemplo) originaba cuantiosas pérdidas y la quiebra asegurada.
El sector textil en la economía europea medieval
Me dejo lo mejor para el final. Hemos visto que la artesanía de baja especialización no creaba valor añadido, por lo que no era rentable su comercialización. La artesanía de alta especialización, por contra, dejaba buenos márgenes, pero no admitía un incremento de la producción (hoy diríamos que no es una industria escalable, jeje). Y el equivalente renacentista de la “industria” de la época (sector minero, naval, militar y manufacturas reales) era muy frágil en general.
¿Qué productos comerciaban entonces los mercaderes renacentistas? ¿Cómo los conseguían? Desde la Edad Media, surgió en Europa un sector especial de alto valor añadido. Hoy en día jugaría el mismo papel que la industria del automóvil.
En efecto, la fabricación y comercialización de productos textiles constituía un sector completamente transversal en el sistema económico. Abarcaba la producción de materias primas de naturaleza agrícola (algodón, lino), minerales (alumbre para la elaboración de tejidos) o ganadera (lana, seda). Igual me he pasado llamando ganadería a la cría de gusanos de seda, pero no se me ocurre otra categoría en la que encaje mejor 😉 .
El sector textil producía tanto tejidos asequibles (paños de lana) junto con prendas dirigidas al mercado de lujo como la seda. Por último eran relativamente fáciles de transportar hasta los puntos de comercialización por muy lejanos que fuesen.
Otra característica que lo diferenciaba de otros era la facilidad para incorporar innovaciones. Cualquier mejora tecnológica u organizativa que demostrase su eficacia era rápidamente incorporada.
Sistema de producción centralizado
En el ámbito urbano la producción estaba controlada estrictamente, bien por los gremios, bien por el propio poder político. Allí donde los gremios imponían su ley, ningún mercader podía implementar mejora alguna encaminada a incrementar el volumen o el tipo de textiles que se elaboraban.
Por otra parte, los gobernantes siempre trataron de imponer su voluntad por encima de gremios y/o nobleza rural díscola. Y en ciertas ámbitos lo consiguieron, llegando a implantar innovaciones tanto productivas (nuevos cultivos como la seda) como organizativas (división del trabajo, en oposición al sistema artesanal).
Así, por ejemplo, a lo largo del s. XV, está documentado que los Médicis de Florencia promovieron una verdadera industria de los paños de lana digna de tal nombre. Importaban lana en bruto proveniente de Castilla, Francia u otras partes de la península italiana. Esa lana era tratada en lavaderos y procesada en los grandes talleres Florentinos propiedad de la familia. Todo este dispositivo empleaba un gran número de obreros y encargados que se concentraban en las instalaciones.
Este mismo sistema se empleaba con otra materia prima muy preciada: la seda. Ésta procedía tanto del sur de Italia como de la península ibérica (Valencia, Granada o Sevilla). De este modo se creó una potente industria textil en el norte de Italia liderado por las ciudades de Florencia, Génova, Milán y Venecia (no en vano eran centros financieros europeos de primer orden).
Es importante resaltar que este sistema “fabril” y centralizado requería un poder político fuerte, grandes inversiones para la puesta en marcha y elevados costes fijos para su mantenimiento. Por otra parte, como ya dijimos, era frágil debido a que era muy dependiente de las cadenas logísticas.
Para su éxito era necesaria la conjunción de los factores antes mencionados. De hecho, en otras zonas geográficas donde se implantaron, su éxito fue más bien limitado. Por ejemplo, en ciertas ciudades castellanas se intentaron emular estos sistemas. Desde luego, no lograron la relevancia de las ciudades italianas.
Sistema de producción descentralizada o putting-out system
¿Y de qué vivían nuestros pobres mercaderes capitalistas? ¿Podían oponerse a los gremios? ¿Pisaban los mercados de las Serenísimas Repúblicas Marítimas? Pues no… No iban por ahí los tiros.
Para escapar al control político no les quedó más remedio que abandonar el ámbito urbano. Por otra parte, no disponían de los ingentes capitales (al alcance de los Fugger o de los Médicis) necesarios para concentrar la producción. La solución: descentralizar la producción al ámbito rural.
Dicho así suena fácil. Sólo falta un par de detalles ¿quién hace de mano de obra y cómo se organiza todo?
Si recordáis la entrada sobre el problema agrario en la Edad Moderna, allí dijimos que Europa se dividió en zonas según la relación entre los cultivadores y los poseedores de la tierra. En las zonas donde dominó la servidumbre agraria, los campesinos estaban sometidos “full time” a sus señores. Por supuesto, igual ocurrió en las zonas donde se impuso la esclavitud, como las plantaciones americanas.
Pero en las zonas centroeuropeas como Inglaterra, Francia o Flandes, no ocurrió eso. Los campesinos eran, jurídicamente, hombres libres pero habían sido desposeídos de las tierras comunales con lo que tenían necesidad de complementar sus ingresos.
Esa fue la mano de obra que los nuevos mercaderes de orientación capitalista necesitaban. Estos campesinos a tiempo parcial podían dedicar su tiempo libre a esta nueva industria textil en el ámbito doméstico. Y por ámbito doméstico me refiero a que sus mujeres e hijos también hilaban y tejían. La industria doméstica no necesariamente era una Arcadia feliz.
Pues bien, por poner un ejemplo, un mercader flamenco adquiría una tonelada de buena lana castellana que transportaba en barco hasta su pueblo en las cercanías de Brujas (cinco mulas pueden transportar cómodamente esa carga). Allí distribuía la materia prima entre algunos aldeanos para que transformasen la lana cruda en hilo (ellos, sus mujeres e hijos) y ese hilo servía para que otros campesinos/artesanos rurales lo tejiesen en paños. Todo ello por un precio pactado de antemano. Este tejido de lana, finalmente, era llevado a Brujas donde podía ser vendido a los gremios de artesanos como materia prima para sus productos.

Tintado de paños de lana en el año 1482, imagen procedente de Des Proprietez des Choses by Bartholomaeus Anglicus British Library Royal MS 15.E.iii, folio 269 [Public domain], via Wikimedia Commons
Si el mercader era hábil podía, incluso, negociar con el gremio para que transformasen sus paños en prendas acabadas (vestidos, calzas, mantos y capas) que después eran transportadas a los reinos castellanos y vendidas allí. En este caso los mercaderes obtenían rentabilidades astronómicas ya que la pañería flamenca era muy apreciada en estas tierras.
Esta forma de producción tenía grandes ventajas para el mercader. Era él el que controlaba la cadena de valor del producto. Los costes fijos de operación eran pequeños en comparación con los grandes talleres de los Médicis. Y, finalmente, era un sistema escalable (a mayor inversión, mayor beneficio). Todo ello lejos del control gremial o del noble de turno, lo que le permitía una mayor facilidad para introducir cambios en el proceso productivo.
Por último, comentar un pequeño matiz. Aunque hable de ellos como sinónimos, el sistema doméstico implica que los medios de producción (las herramientas por ejemplo) pertenecían al campesino o al pequeño artesano. En cambio, en el sistema putting-out, el campesino tan sólo aporta trabajo. Corre por cuenta del mercader proporcionar los útiles y las materias primas.
Este es, en esencia, el sistema de producción doméstica o putting-out system. Y lo he contado porque tendrá una gran importancia en el proceso de la Revolución Industrial. Pero eso lo veremos otro día.
Hasta la próxima.
Que crack eres. Me tienes toda la semana esperando la nueva entrada.
Divide el blog ya para crecer en las serps!!!
La semana que viene cumplo mi promesa de un año publicando un post por semana. Luego me replantearé el blog un poco. Tengo varias ideas rondando por la cabeza.